Cada año, miles de autobuses escolares son llevados a subasta cuando el costo de manutención que generan para cumplir con los estándares estadounidenses se vuelve excesivo, tras unos ocho años de uso.
Algunos son reacondicionados como vehículos de recreo particular, otros se exportan a África y, la gran mayoría, terminan en América Central.
Pero es en Guatemala donde se concentra la mayoría de estos camiones que sirven para dar servicio como transporte público. Lo primero que se les hace es cambiar el color amarillo y ponerle llantas nuevas para luego sacarlos a circulación.
Una vez que termina su vida útil en EE UU y Canadá, ya sea porque tienen un recorrido de 240.000 kilómetros o porque cumplieron 10 años de uso —según dicta la ley en algunos Estados—, deben ser retirados. Es en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua donde las máquinas obtienen su segunda vida como transporte público.
José Ramírez es hondureño y se dedica a la importación de estos omnibuses desde hace más de 20 años. Dice que la marca Blue Bird es la mejor, seguida por las manufactureras Thomas y Carpenter. Unas tres veces al año, este empresario manda a cuatro de sus empleados a recoger los autobuses que compró en línea.
Los chóferes retornan manejando a su país en un viaje de ocho días, aproximadamente, desde Boston, pasando por México y Guatemala. Les paga 900 dólares por viaje, además del pasaje en avión y los gastos para la alimentación.
«Yo ya no lo hago, es muy peligroso por el riesgo de secuestro y extorsión. Mi gente viaja en caravana para evitar cualquier ataque».
Por lote, cuestan en su origen de 4.000 a 10.000 dólares. Los venden entre 18.000 y 20.000 dólares, dependiendo del año y el estado del vehículo. Con un poco de suerte, se pueden encontrar vehículos de 2010, que son los más nuevos disponibles en el mercado de segunda mano. «Son un poco más caros, cuestan entre 20.000 y 22.000 dólares», precisa.