A días de que me apliquen la última quimioterapia tengo los nervios, la ansiedad y la emoción a tope. ¿Por? Termina un ciclo, dejaré de estar medicada, y finalizará la prevención directa de una de las enfermedades más temidas: el cáncer.
Si me permitieran pedir un deseo para esta última sesión sería que mi perro, Clemente, me acompañe, que entre conmigo y esté a mi lado durante las cuatro horas que dura el tratamiento. Es muy simple, con él siento paz, tranquilidad, compañía, protección y sobre todo, amor.
He notado que cuando acabo de recibir el químico mi perro me acompaña hasta el baño, está a mi lado las 24 horas del día, está más tranquilo y me deja que lo abrace con mucha facilidad. Él es un labrador de casi dos años, por lo que la tranquilidad no es parte de su vida, pero lo ha sido durante toda esta temporada.
He leído que un perro aporta alegría, mejora la calidad de vida y sobre todo convierte al dueño en una persona más sana. También es sabido que ayudan a personas ciegas y a pacientes con diversas enfermedades como epilepsia. ¿Pero, se sabe cómo ayudan a las personas con cáncer?
Hace poco conocí la historia del doberman Chiclet, su misión: pasearse por una sala de hospital durante los tratamientos para que los pacientes jueguen e interactúen con él. Esto se lleva a cabo en The Beverly Hills Cancer Center, donde los oncólogos de la clínica aseguran que cuando los enfermos juegan o acarician a la mascota, inmediatamente se detecta una mejora en su estado de ánimo y una reducción de los niveles de ansiedad.
Me da gusto saber que mi sueño se hace realidad, a lo mejor no para mí, pero sí para otros pacientes que igualmente lo necesitan, ya que el recibir una quimioterapia no es cosa fácil. La única tranquilidad que me queda es que yo tengo a mi Clemen y él estará en cuanto llegue a casa después de recibir mi última quimioterapia.