Si un espectador poco informado presenciase por primera vez un debate entre los aspirantes a la nominación del Partido Republicano y otro entre los precandidatos del Demócrata, raramente pensaría que ambos grupos persiguen el mismo fin: salir elegido presidente de Estados Unidos.
Aunque la tarea que deberá desempeñar y los retos a los que se enfrentará el futuro comandante en jefe de EE.UU. serán los mismos sea del partido que sea, las agendas republicana y demócrata difieren tanto entre sí que resulta incluso difícil encontrar temas que se solapen en ambos procesos de primarias.
En el bando republicano, están claros cuáles son los asuntos que más importan: combatir al terrorismo en casa, al Estado Islámico en Irak y Siria, llevar a cabo una reforma del sistema fiscal, desmantelar la reforma sanitaria impulsada por el presidente Barack Obama, lidiar con la inmigración y poner fin a la «inoperancia» gubernamental.
Para los demócratas, las prioridades también están claras: reducir las desigualdades económicas, regular la manera de operar de Wall Street, luchar contra el cambio climático, rebajar los costes de la educación superior, profundizar en los derechos de las minorías y aumentar el control sobre las armas de fuego.
Estas son las cuestiones que con más insistencia han aparecido en los debates republicanos y demócratas, respectivamente, a las que más se han referido los candidatos en sus mítines y por las que más preguntan los encuestadores a los simpatizantes de cada formación.
«Tenemos que lograr que la economía funcione y que los ingresos aumenten para todos, incluyendo a aquellos que se han quedado atrás», apuntó en su intervención inicial en el último debate demócrata la exsecretaria de Estado y favorita a la nominación, Hillary Clinton.
«Lo que el pueblo estadounidense sabe es que tenemos una economía que está amañada, que los ciudadanos corrientes están trabajando más por salarios más bajos, que hay 47 millones de personas en la pobreza y que casi la totalidad de los nuevos ingresos y riqueza van al 1 %», lamentó su principal rival, el senador por Vermont Bernie Sanders.
Sanders, autoproclamado socialista en un país en el que esa palabra es rara avis y donde todavía despierta grandes recelos, ha sido en gran medida el responsable de que la desigualdad y el empobrecimiento de la clase media se hayan convertido en un tema capital de las primarias demócratas.
En el bando republicano, en cambio, esta es una cuestión que no ha llegado a plantearse en ninguno de los debates, y cuyas únicas referencias son frases como la que en alguna ocasión ha repetido el gobernador de Ohio, John Kasich, al recordar uno de los consejos de su padre: «Johnny, nosotros no odiamos a los ricos, nosotros queremos ser ricos».
Y es que los conservadores, como los progresistas, también tienen su libreta de temas fetiche, que aparecen casi sin excepción en todos los debates: inmigración, Estado Islámico y reforma fiscal.
El neurocirujano retirado Ben Carson es partidario de crear un tipo impositivo único entre el 10 y 15 %, el senador Ted Cruz también propone un tipo impositivo único del 10 % para hogares y 16 % para las empresas, y la exdirectiva de Hewlett-Packard Carly Fiorina quiere reducir la complejidad del código fiscal de las miles de páginas actuales a tres folios.
El magnate inmobiliario Donald Trump propone rebajar la presión fiscal a todos los ciudadanos, eliminar el impuesto de sucesiones y reducir los tipos impositivos de los siete actuales a cuatro; del mismo modo que el exgobernador de Florida Jeb Bush propone rebajas fiscales a los más ricos porque ahora pagan «una cantidad desproporcionada».
Alguien que haya dado seguimiento al proceso de primarias será capaz de recitar casi de memoria todo lo anterior, puesto que ha sido pregunta obligada en los debates y tema recurrente en los discursos, pero probablemente tendrá más problemas para saber qué proponen exactamente sobre esta cuestión los demócratas.
En un país en el que la política está cada vez más polarizada, las primarias están reflejando tal grado de desconexión entre los espacios ideológicos de los dos principales partidos que lo único que se repite en uno y otro caso son los ataques personales.
Washington, 29 ene (EFE).- Es un estado pequeño, rural y alejado de la media demográfica del país, pero cada cuatro años, Iowa acapara la atención mundial con sus caucus, un complejo sistema de votación que desde la década de 1970 sirve como primera prueba de fuego de los aspirantes a la Presidencia de Estados Unidos.
El próximo lunes, 1 de febrero, a las 7 de la tarde, los votantes de Iowa se darán cita en gimnasios, escuelas, restaurantes e incluso domicilios particulares para su peculiar ejercicio de democracia, un proceso rudimentario que puede durar horas y que a menudo incluye apasionados alegatos a favor de uno u otro candidato.
«Es como si invitaras a gente a cenar a tu casa y les preguntaras: ¿quién preferirías que fuera el presidente? Es algo informal, coloquial. Eso son los caucus», explicó a Efe un profesor de ciencias políticas de la Universidad de Drake en Des Moines (Iowa), Dennis J. Goldford.
Los caucus son asambleas populares que se organizan en trece estados y varios territorios de EEUU y, aunque no hay consenso sobre el origen exacto de la palabra, muchos aseguran que proviene de la palabra «caucauasu», que en el dialecto de los nativos algonquinos de Virginia significaba «consejero, veterano o asesor».
Al contrario que en unas elecciones primarias como las que celebra Nuevo Hampshire la semana siguiente, los habitantes de Iowa solo pueden votar a cierta hora de la tarde, y deben acudir para ello a una reunión donde se les exige registrarse como votantes del partido demócrata o republicano.
«Tienes que presentarte allí a las siete de la tarde un lunes, y tienes que confiar en que tu automóvil arranque, la niñera no te falle, no estés enfermo y no haya tormenta de nieve. Así que solo asiste la gente más comprometida», resumió Goldford.
No hay voto por correo, ni métodos alternativos para aquellos que deban trabajar a esas horas o tengan movilidad reducida. Así que, de media, solo uno de cada cinco votantes registrados en Iowa acuden a votar en la primera criba entre los aspirantes a la Casa Blanca.
«Se presentan los más ideológicos, los que tienen una motivación más intensa. En el lado republicano, son los más conservadores, y por eso los votantes evangélicos tienen tanto poder. Entre los demócratas, son los más progresistas», apuntó Goldford.
En el caso de los republicanos, las reglas son sencillas: acuden a un lugar de votación en uno de los 1.681 precintos del estado y emiten un voto secreto: escriben el nombre del aspirante que prefieren en un trozo de papel y lo meten en una caja.
Los demócratas tienen un proceso más complejo, basado en la formación de «grupos de preferencia, en los que tienes que ponerte en pie y declarar tu apoyo a un candidato», resumió Goldford.
Si un candidato no reúne un cierto umbral de aceptación entre los asistentes al caucus, que suele ser del 15 % de los presentes en el lugar de votación, sus simpatizantes están obligados a convencer a otros para que se sumen a su causa o bien rendirse y sumarse a otro de los grupos de preferencia, en un proceso que puede durar horas.
Con los aspirantes seleccionados en cada precinto se calcula cuántos delegados tendría cada candidato en la convención estatal que se celebra en junio, y eso se toma como un «termómetro» que influye en las votaciones primarias en el resto del país.
Aún así, Iowa «no determina quién será el candidato» de cada partido, ni mucho menos quién será el presidente, porque «desde 1972, solo ha habido tres ganadores de un caucus competitivo que hayan llegado a la Presidencia»: Jimmy Carter en 1972, George W. Bush en 2000 y Barack Obama en 2008, recordó el académico.
Lo que sí hacen los caucus es separar el grano de la paja, determinar «quién no será el candidato» en la convención de ese año, y revelar «fortalezas y debilidades» de cada campaña, añadió.
Muchos estadounidenses consideran injusto que un estado como Iowa -con poco más de 3 millones de habitantes, una economía eminentemente agrícola y una demografía casi exenta de minorías- constituya el punto de partida de la carrera presidencial pese a ser tan poco representativo de la media nacional.
Iowa se convirtió en el primer estado en votar «por un accidente histórico», después de que George McGovern, un demócrata que era popular en la zona, ganara la nominación por razones que no tuvieron «nada que ver» con ese territorio del Medio Oeste, según Goldford.
Pero los asesores de Jimmy Carter tomaron nota, y el exgobernador de Georgia, poco conocido a nivel nacional, se pasó «unos 14 meses» en Iowa desde 1975, hablando con gente en «cafeterías e iglesias».
Su relativa victoria en los caucus de 1976 -hubo más votantes indecisos que simpatizantes de Carter- y su posterior conquista de la Presidencia «hizo que la gente se fijara» en el estado, cuya importancia se solidificó en los años 1980 y 1990.
Esa fama de trampolín para las campañas, sumada la decisión de los partidos de adelantar la fecha de los caucus y a la consiguiente atención mediática, convirtió a Iowa en lo que es hoy.
«Mientras los periodistas piensen que Iowa es importante, los candidatos lo harán, y mientras los candidatos piensen que Iowa es importante, los periodistas lo harán», concluyó Goldford.
EFE