De barriadas estigmatizadas a una de las mejores universidades de Colombia

(EFE).- Vecinos de las zonas más deprimidas y estigmatizadas de Cali, cuatro jóvenes promotores de iniciativas sociales desde la música, los derechos humanos y los colectivos LGBTI son ejemplo de superación al haber cumplido el sueño de estudiar en una de las mejores universidades de Colombia.

(EFE).- Vecinos de las zonas más deprimidas y estigmatizadas de Cali, cuatro jóvenes promotores de iniciativas sociales desde la música, los derechos humanos y los colectivos LGBTI son ejemplo de superación al haber cumplido el sueño de estudiar en una de las mejores universidades de Colombia.

Carlos Jair Guazá, a las puertas de recibirse como Administrador de Empresas; Ximena Mosquera, que ya hace sus prácticas como abogada; Jennifer Silva, próxima a graduarse en Ciencias Políticas, y Diana Sofía Tróchez, quien finalizó Sociología, son protagonistas de historias de éxito que exhibe el Fondo Juventud y Construcción de Paz, creado por el banco BBVA y la Corporación Manos Visibles.

Gracias a esta iniciativa, apoyada además por las universidades Icesi y Eafit, jóvenes de Cali y Medellín con una destacada trayectoria social pueden llegar a estos centros de estudio.

Carlos, Ximena, y Diana, provenientes del distrito Aguablanca, uno de los más humildes y señalado como peligroso en la ciudad de Cali (suroeste), así como Jennifer, criada en la también temida barriada de Siloé, fueron beneficiados en 2012 con una beca que les permitió estudiar en la universidad Icesi, considerada una de las mejores del país.

«Hoy en día, con dificultades y todo, tengo lo que quiero», afirmó Carlos, quien administra el Teatro Unión de Cali, gestionado por la alcaldía de esa ciudad.

A sus 34 años, Carlos acumula una envidiable experiencia social tras haber trabajado con comunidades negras, impulsado iniciativas vinculadas con el hip hop o el emprendimiento cultural y haber promovido programas como la «rumba sana».

Esta beca fue «la recompensa» a años de trabajo, comentó Carlos, hoy casado y con una bebé, y quien recordó que por meterse «tanto en el cuento de los procesos comunitarios» retrasaba sus estudios, lo cual angustiaba a su mamá, quien por años fue empleada doméstica.

Pero estos jóvenes también se presentan como un motivo más para vencer la estigmatización que aseguran vive el distrito Aguablanca, que alberga alrededor del 30 % de la población de Cali y donde empezaron a asentarse en la década de los 70 muchos de los desplazados por la violencia en el Pacífico colombiano.

«Somos del oriente de la ciudad», afirmó Carlos Jair, para quien la denominación distrito «tiene de fondo una estigmatización», ya que de cierta forma se le considera al margen de la ciudad.

Otra de las beneficiadas es Ximena Mosquera, quien logró la meta que años atrás se había trazado de estudiar Derecho en Icesi, a donde llegó luego de integrar la Asociación de Jóvenes Mediadores (Asojóvenes.MED) y otras organizaciones.

«Entré a la universidad de 28 años», comentó Ximena, hoy de 35 y dedicada a su práctica universitaria en la Cámara de Comercio de Cali, quien confesó que en un principio «no creía en la beca».

Por su parte, Jennifer se vinculó al programa de Ciencias Políticas de Icesi tras su paso por Lesbiapólis, una asociación que fundó junto a un amiga y desde la cual lideró distintas acciones en contra de la violencia y por el respeto a los derechos humanos.

«Lesbiápolis hacía cosas increíbles simplemente de la intención de hacerlas», afirmó Jennifer, al recordar que lideraron una campaña financiada por una organización estadounidense e incluso un seminario internacional sobre experiencia exitosas de los LGTB.

Mientras que Diana, quien ya concluyó sus estudios y a sus 23 años labora en Icesi, comenzó como beneficiaria de estudios de guitarra y piano en la Corporación Juan Bosco, de los cuales pasó a ser monitora y posteriormente a dictar talleres, liderar proyectos educativos para niños y ahora como coordinadora de campo.

Ya como socióloga, título que alcanzó con un trabajo de grado dedicado a mujeres pandilleras en la Comuna 14 con las que analizó la «marginalidad histórica» de esa barriada, sigue vinculada a investigaciones en Aguablanca, que considera «es uno de los lugares donde uno debe dar de lo que aprendió».

«Yo podría estar en una compañía (…), pero siento que lo que yo tengo, lo que yo adquirí, sirve más en esta comunidad que lo necesita», sostuvo Diana, quien aún vive en Aguablanca, donde, advierte, hay familias «que si tienen para desayunar no tienen para almorzar».

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