Cuarenta años después de que científicos estadounidenses documentaran los primeros casos de lo que luego se identificaría como VIH, los medicamentos han reducido las tasas de infección, pero las disparidades raciales son ahora más fuertes que nunca.
Los afroestadounidenses pasaron de representar el 29% de las nuevas infecciones en 1981 al 41% en 2019, a pesar de ser solo el 13% de los habitantes de Estados Unidos, según un nuevo informe del gobierno.
Parte del problema se debe a la naturaleza fragmentada del sistema de salud del país.
Decenas de millones de personas carecen de seguro, tienen uno insuficiente o dependen del seguro estatal para personas de bajos ingresos llamado Medicaid.
El 5 de junio de 1981, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos publicaron un informe que daba cuenta de una rara enfermedad pulmonar padecida por cinco jóvenes homosexuales blancos.
Al momento de la publicación del informe dos de ellos ya estaban muertos y los otros tres fallecerían poco después. Era el comienzo de la crisis del sida.
En la actualidad, se estima que 1,2 millones de estadounidenses viven con VIH.
La epidemia alcanzó su punto máximo a mediados de la década de 1980, pero en 1987 la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) aprobó el primer medicamento antirretroviral, la azidotimidina (AZT).
Uno de los grupos de mayor riesgo son los hombres negros homosexuales, y los estudios han demostrado que ello no se debe a que tengan conductas más asociadas al riesgo que el resto de la población, sino a que el VIH ya es mucho más prevalente entre ellos.